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Mostrando entradas de julio, 2014
Como si importara que el tiempo se quede en mis manos, la huella que indudablemente dejan los años, como si importara que mis silencios se cubran de sinsentido y ruido, no soy más que ese interminable olvido, al que todos, casi todos, me envían. No hay palabras esta noche, no hay nada más que pesimismo, ese que se queda impregnado en la piel, en los labios. Déjame, esta noche, alzar la voz y aniquilar cualquier rastro de verdad, lléname de mentiras si eso me permite ser real.

Uno siempre vuelve a los viejos sitios donde amó la vida.

Hace unos días vi unos videos de Guanajuato y, lectores (si es que los hay), se me erizó la piel. Sí, se me llenaron de recuerdos los labios y de sal las mejillas, Guanajuato fue algo así como el primer amor, y me deslumbró.  Hace ya ocho años de aquel acontecimiento, llegar a la ciudad de cantera me llenó de emociones diferentes, la nostalgia por la casa paterna/materna (y eso que regresaba a Cortazar cada semana), el miedo de no saber a qué me enfrentaba, la alegría de reconocerse en el otro, ese otro que de alguna manera se sentía igual que tú. Hermosa facultad de Filosofía y Letras (ahora dividida en Departamentos), cómo olvidarte, cómo olvidar el café de olla de don Migue, las pláticas en los pozos, las posadas en el patio de la facultad, el baile del torito, el agua de chía los Viernes de Dolores. Profesores que marcaron de una u otra manera a quien hoy escribe. A Valenciana le debo el inicio (ni bueno ni malo) en las Letras. Y en esto continúo, de terca.  Cómo no re